sábado, 30 de octubre de 2010

Más que trabajar

No es posible ser feliz si no se satisfacen los propósitos vitales que conforman el proyecto original de cada existencia: esa verdad profunda que denominamos vocación, que se percibe con un sabor propio en la conciencia y da sentido a los diversos actos de la vida. Es por lo mismo esencial a la felicidad del hombre el poder ordenar su quehacer cotidiano en torno a una actividad laboral que satisfaga y realice su genuina creatividad; una profesión o un oficio con los que se sienta identificado. El trabajo, en cambio,  ajeno a los intereses reales del individuo se convierte en una imposición esclavizadora y en un esfuerzo estéril y decepcionante. Como el mito de Sísifo: un acto sin sentido y, en el fondo una traición a sí mismo. Sísifo, en la obra de Camus, es el héroe absurdo, tanto por sus pasiones como por sus tormentos. Condenado por los dioses a rodar sin cesar una roca hasta la cima de la montaña, desde donde la piedra volverá a caer por su propio peso, Sísifo padece "el terrible castigo del trabajo inútil y sin esperanzas"
Es obvio que el hombre sólo puede ser feliz cuando su vida se ordena en torno a un quehacer que lo llena, las ocupaciones felicitarias de Ortega, que se ejecutan por propia voluntad porque producen placer. Señala Julián Marías que hasta la propia diversión, como dilatación de la vida hacia lo irreal e imaginario, no tendría sentido sin el esfuerzo cotidiano.
Por otra parte, la búsqueda de la felicidad de una persona no es siempre la misma en las diferentes etapas de su vida. Podría decirse que su logro, como todo lo vivo, está sometido a innumerables cambios y transformaciones; crece y se desarrolla en el transcurso de los años, haciéndose cada vez más sutil y refinado con la maduración progresiva de la individualidad. Así en la infancia y primera juventud, parecería depender casi exclusivamente de lo que nos acontece. Pero en la edad adulta se va alcanzando una paulatina independencia del mundo exterior. La plenitud humana, en todos los planes de la manifestación, se caracteriza por la libertad y por la autonomía y en el proceso madurativo de la conciencia, el polo de la felicidad se desplaza progresivamente de lo exterior a lo interior: del éxito a la realización de la vida y de la aprobación ajena a la propia estimación.
El miedo siempre surge ante el riesgo de perder lo que atesoramos, pero que de algún modo no nos pertenece.


El temor y la felicidad - Sergio Peña y Lillo

viernes, 29 de octubre de 2010

El horizonte interior

Pero yo también comprendo que nada de lo que concierne al hombre se cuenta ni se mide. La verdadera extensión no es para el ojo, no se concede más que al espíritu. Vale lo que vale el lenguaje, pues el lenguaje es el que anuda las cosas.
Me parece que en adelante podré entrever mejor lo que es una civilización. Una civilización es una herencia de creencias, de costumbres y de conocimientos lentamente adquiridos a través de los siglos, difíciles a veces de justificar con la lógica, pero que se justifican ellos mismos como caminos si conducen a algún lado, puesto que abren al hombre su horizonte interior.
Una mala literatura nos ha hablado de la necesidad de la evasión. Cierto que uno sale de viaje en busca de espacio. Pero el espacio no se encuentra. Se funde. Y la evasión nunca ha conducido a ningún lado.
Cuando el hombre necesita, para sentirse hombre, correr en carreras, cantar en coros, o hacer la guerra, son ya lazos que se impone a fin de atarse a los otros y al mundo. Pero ¡qué lazos tan pobres! Si una civilización es fuerte, satisface al hombre aunque éste permanezca inmóvil.
En tal pueblecito, silencioso, bajo la luz grisácea de un día lluvioso, veo una enferma enclaustrada que medita apoyada contra su ventana. ¿quién es? ¿qué han hecho de ella? Yo juzgaría la civilización de este pueblecito por la densidad de esta presencia ¿qué valemos una vez que estamos inmóviles?

Piloto de guerra - Antoine de Saint Exupery

jueves, 28 de octubre de 2010

Todo tiene su tiempo

3:1 Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. 
3:2 Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; 
3:3 tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; 
3:4 tiempo de llorar, y tiempo de reir; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; 
3:5 tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; 
3:6 tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; 
3:7 tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; 
3:8 tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz. 
3:9 ¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana? 
3:10 Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. 
3:11 Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin. 
3:12 Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; 
3:13 y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor. 
3:14 He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres. 
3:15 Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó. 
3:16 Vi más debajo del sol: en lugar del juicio, allí impiedad; y en lugar de la justicia, allí iniquidad. 
3:17 Y dije yo en mi corazón: Al justo y al impío juzgará Dios; porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace. 
3:18 Dije en mi corazón: Es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias. 
3:19 Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. 
3:20 Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo. 
3:21 ¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba, y que el espíritu del animal desciende abajo a la tierra? 
3:22 Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?


La Biblia - Ecclesiastés capítulo 3

miércoles, 27 de octubre de 2010

Elegimos

Mientras no podemos cambiar fácilmente qué emociones específicas pondrá en acción cierta clase de pensamiento, la mayor parte de las veces podemos elegir, y elegimos, en qué pensar. Así como una fantasía sexual puede conducir a sensaciones sexuales, los recuerdos felices pueden animarnos, o los pensamientos melancólicos volvernos reflexivos.
Pero por lo general la mente emocional no decide qué emociones "deberíamos" tener. En lugar de eso, nuestros sentimientos surgen en nosotros como un hecho consumado. Lo que la mente racional puede controlar regularmente es el curso de esas reacciones.

La inteligencia emocional -.Daniel Goleman

martes, 26 de octubre de 2010

El ritmo de la tierra



Rica y oscura, caía ligeramente de la extremidad de los azadones. A veces, apartaban de ella un trozo de ladrillo, una astilla de madera. Nada. En algún tiempo en alguna época remota cuerpos de hombres y mujeres habrían sido enterrados aquí, y aquí se habrían levantado casas que habían caído y, vuelto a la tierra. Así volverían a ella sus propios cuerpos y su propia casa. Cada cual su turno. Y trabajaban juntos moviéndose juntos, arrancando juntos el fruto de esta tierra, en el silencioso compás de su ritmo unísono.
Al ponerse el sol, Wang Lung se enderezó despacio, y miró a la mujer. Tenía ésta  la cara húmeda y estriada de la tierra. Y estaba tan morena como los mismos terrones. El oscuro vestido se le pegaba al cuerpo sudoroso. Alisó despacio el último surco, y luego simple y súbitamente, con voz que sonó más opaca que nunca en el silencio del anochecer, dijo:
-Estoy preñada.
Wang Lung se quedó muy quieto. ¿Qué podría replicar a esto? Se bajó a coger un pedazo de ladrillo roto y lo echó fuera del surco. La mujer había dicho aquello como si dijera “Te he traído té” o como si dijera “Vamos a comer” Parecía que fuese para ella una cosa corriente. Pero ¡para él! En no podía expresar lo que sentía, su corazón se hinchaba y se detenía como si hubiera encontrado súbitas limitaciones. Bien, ¡era el turno de ellos en esta tierra!
De pronto le quitó la azada a la mujer y le dijo:
-Basta por hoy. Ya se ha terminado el día. Vamos a darle la noticia al viejo.
Y echaron a andar hacia la casa, ella, como corresponde a una mujer, media docena de pasos detrás del marido.

La buena tierra - Pearl S.Buck

jueves, 21 de octubre de 2010

El escape de la poesía

Tal vez los deberes del poeta fueron siempre los mismos en la historia. El honor de la poesía fue salir a la calle, fue tomar parte en éste y en el otro combate. No se asustó el poeta cuando le dijeron insurgente. La poesía es una insurrección. No se ofendió el poeta cuando lo llamaron subversivo. La vida sobrepasa las estructuras y hay nuevos códigos para el alma. De todas partes salta la semilla; todas las ideas son exóticas; esperamos cada día cambios inmensos; vivimos con entusiasmo la mutación del orden humano: la primavera es insurreccional.
Yo he dado cuanto tenía. He lanzado mi poesía a la arena, y a menudo me he desangrado en ella, sufriendo las agonías y exaltando las glorias que me ha tocado presenciar y vivir.
Por una cosa o por otra fui incomprendido, y eso no está mal del todo.

Confieso que he vivido - Pablo Neruda

miércoles, 20 de octubre de 2010

Observando

El lleuque

estando en el camino
me detengo bajo el pino,
ya cerca con exrañeza
observo su corteza,
toco sus fisuras
como un mapa sus ranuras,
hay señales de un pasado
y observando a su lado
descubro pequeños trozos,
me parecen tan hermosos
que no puedo resistirme
y los guardo antes de irme

Lluvia - Sandra M L San Martín

martes, 19 de octubre de 2010

la importancia de lo efímero

Tengo también una flor.
-Las flores no son tenidas en cuenta, no las anotamos-dijo el geógrafo.
-Por qué? Si son lo más lindo!-exclamó el principito entre irritado y asombrado.
-La razón es que toda flor es efímera.
-Qué quiere decir "efímera"?
-Las geografías-dijo el geógrafo son los libros más valiosos de todos los libros. Jamás pasan de moda. Es raro, por no decir imposible que una montaña cambie de lugar. También sería cosa extraña que un océano perdiera su agua. Lo que escribimos son aquéllas cosas eternas.
-Sin embargo, los volcanes extinguidos pueden despertar-interrumpió el principito- Qué significa "efímera".
-Para nuestros registros, que un volcán esté extinguido o en actividad, es lo mismo. Lo que cuenta es la montaña misma y eso no cambia.
-Qué significa "efímera"?-interroga nuevamente el principito, que como sabemos, en su vida había renunciado jamás a una pregunta una vez formulada.
-Significa que se encuentra en permanente amenaza de desaparición. Que algún día deja de existir.
-Acaso mi flor está amenazada por una próxima desaparición?-preguntó entristecido el principito.
-Seguramente.


El Principito - Antoine de Saint Exupery

lunes, 18 de octubre de 2010

La importancia de los detalles

“¿No sería mejor que fuéramos a la habitación?” preguntó tímidamente.
“¿Porqué a la habitación?” ¿Para qué necesitas la habitación?” se rió la chica.
No sabemos porqué se rió. Fue una risa inútil, casual, producto de la timidez. Pero a Jaromil le hirió, tuvo miedo de haber dicho alguna tontería, de que su predisposición de ir a la habitación hubiera puesto en evidencia su ridícula falta de experiencia. De repente se encontró completamente abandonado, se hallaba en una habitación ajena, bajo la luz inquisitiva de una lámpara que no podía apagar, con una mujer que se reía de él.
Y en aquel momento supo que aquel día no haría el amor, se sentía confundido y se sentó en el sofá sin decir palabra, aquello le daba lástima, pero también lo tranquilizaba, ya no estaba obligado a pensar si apagar o no apagar la luz, en cómo hacer para desnudarse, y estaba contento de que no hubiera sido culpa suya, no debía haberse reído de aquella manera tan tonta.
-¿Qué te pasa? – le preguntó
Nada –dijo Jaromil y se dio cuenta de que si se hubiera puesto a explicar por qué motivo estaba ofendido, el ridículo habría sido aún mayor. Pero se contuvo, la levantó del sofá y comenzó a contemplarla detenidamente (quería convertirse en dueño y señor de la situación y le pareció que el que contempla  es dueño y señor del contamplado) , después dijo –Eres bonita.
La chica levantada del sofá en que hasta ese momento había yacido en una espera tensa, pareció repentinamente liberada, volvió a ser conversadora y a sentirse segura de sí misma. No le importó que el chico la observara (quizás le pareció que el contemplado es dueño y señor del que contempla) y finalmente le preguntó:
-¿Soy más bella desnuda que vestida?
Hay una serie de preguntas femeninas clásicas, con las que todo hombre se encuentra a lo largo de la vida, y la escuela debería preparar a los hombres para estos casos. Pero Jaromil, como todos nosotros, había ido a escuelas deficientes y no sabía qué contestar, intentó adivinar qué era lo que la chica deseaba oir, pero no estaba seguro: la chica aparecía vestida delante de la gente y según eso debería producirle satisfacción que le dijera que estaba más bonita vestida, pero por otra parte la desnudez es como un estado de veracidad corporal y de acuerdo con eso debería gustarle más que le dijera que era más bonita desnuda.
-Eres bonita desnuda y vestida- dijo, pero la joven no quedó nada satisfecha con ese tipo de respuesta. Paseaba por la habitación, se le mostraba y lo obligaba a que respondiese sin excusas. Quiero saber cómo te gusto más.
Con estas precisiones la pregunta era ya más fácil de responder, cómo los demás solo la conocían vestida, le había parecido poco cortés, un momento antes, decir que vestida era menos bonita que desnuda, pero si ahora le preguntaba su opinión subjetiva, podía decir sin temor  que a él le gustaba más desnuda porque así le daba a entender que la amaba tal cual era y no le interesaba nada de lo que pudiera adornarla
Parece que su respuesta  no fue mala, porque la universitaria, cuando oyó que era más bonita desnuda, reaccionó muy positivamente, ya que no se vistió hasta que Jaromil se fue, lo besó muchas veces y cuando se iba (eran las once menos cuarto, mamá estará contenta) le susurró al oído junto a la puerta : “Hoy me he dado cuenta de que me quieres. Eres muy bueno. Me quieres de verdad. Sí , así todo ha sido mejor. Vamos a seguir guardando ese momento para un poco más tarde, vamos a seguir deseándolo otro poquito”.

La vida está en otra parte - Milan Kundera

domingo, 17 de octubre de 2010

Definiéndose

-Tengo treinta y un años y llevaré un sombrero rojo de plástico - dijo la mujer.
"Uff" pensé. Había algo extraño en su modo de hablar, algo que me confundía momentáneamente. Pero no podía explicar con claridad qué había de extraño en lo que había dicho. Tampoco podía decirse que una mujer de treinta y un años no pudiera llevar un sombrero rojo de plástico.
-De acuerdo- dije- Creo que la reconoceré.
-¿Podría decirme, por si acaso, alguna característica de su aspecto físico? -preguntó la mujer. Pensé  en las posibles características de mi aspecto. ¿cuáles deberían ser mis características?
-Tengo treinta años. Mido un metro setenta y dos, peso sesenta y tres kilos y llevo pelo corto. No uso gafas.
Mientras hablaba se me ocurrió que no se le podían llamar precisamente rasgos distintivos. En la cafetería del hotel Pacific de Sinagawa es probable que hubiese unas cincuenta personas con esta apariencia. Necesitaba una característica distintiva que saltara a la vista. Pero no se me ocurría ninguna. Por supuesto, no se podía decir que yo no tuviera características específicas. Estaba en paro y me sabía de memoria todos los nombres de los hermanos Karamazov. Pero obviamente eran cosas que no podían apreciarse desde el exterior.
¿Qué ropa llevará usted? preguntó la mujer.
-Pues ...no podía pensar con claridad- No lo sé. Aún no lo he decidido. Es que ha sido todo tan repentino.
Entonces, póngase una corbata de lunares -dijo ella con tono resuelto- ¿Tiene usted una corbata de lunares?
-Sí, me parece que sí.
Tenía una corbata azul marino con pequeños lunares de color beige. Me la había regalado mi mujer dos o tres años atrás para mi cumpleaños.
-Entonces, -¿será tan amable de ponérsela? Y le agradezco de nuevo su amabilidad para aceptar encontrarse conmigo a las cuatro - dijo la mujer. Y luego colgó.

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo - Haruki Murakami

martes, 12 de octubre de 2010

Lo más trivial

Por otro lado se preguntó ¿qué es un secreto íntimo? ¿será ahí donde reside lo más individual, lo más original, lo más misterioso de un ser humano? ¿serán esos secretos íntimos los que convierten a Chantal en ese ser único al que ama? No. Es secreto lo más corriente, lo más trivial, lo más repetitivo y común de todos: el cuerpo y sus necesidades, sus enfermedades, sus manías, el estreñimiento, por ejemplo, la menstruación. Si ocultamos púdicamente esas intimidades no es porque sean tan personales, sino por el contrario, porque son lamentablemente impersonales. ¿cómo puede estar resentido con Chantal por pertenecer a su sexo, parecerse a otras mujeres, llevar sostenes y, de paso, compartir la misma psicología de los sostenes? ¡cómo si él mismo no tuviera alguna tonta peculiaridad eternamente masculina! Los dos provienen de aquel taller de chapuzas donde les habían estropeado los ojos con un movimiento desarticulado de los párpados  y les habían instalado una pequeña y maloliente fábrica en el vientre. Los dos tienen un cuerpo en el que el alma ocupa muy poco espacio ¿no deberían perdonárselo mutuamente? ¿no deberían ir más allá de las pequeñas miserias que ocultan en el fondo de sus cajones? Le sorprendió una inmensa compasión y, para zanjar de una vez esta historia, decidió escribirle una última carta.

La identidad - Milan Kundera

domingo, 10 de octubre de 2010

La fuerza del vulnerable

En los impresos que les entregaban, no sabía qué poner bajo  el rubro "profesión de los padres". Primero escribió "ama de casa" , mientras Pierre escribía "empleada de Correos". Pero Pierre le aclaró que ama de casa no era una profesión, sino que designaba a una mujer que se quedaba en la casa y se ocupaba de tareas domésticas.
-No- dijo Jacques,- se ocupa de las casas de los otros y sobre todo de la del mercado de enfrente.
-Bueno- dijo Pierre vacilando, - creo que hay que poner "criada"
A Jacques nunca se le había ocurrido esa idea por la simple razón de que esa palabra, demasiado rara, nunca se pronunciaba en su casa -debido también a que ninguno de ellos tenía la impresión de que trabajaba para los otros: trabajaba ante todo para sus hijos -. Jacques empezó a escribir la palabra, se detuvo y de golpe conoció la verguenza y la vergüenza de haber sentido vergüenza.
Un niño no es nada por sí mismo, son sus padres quienes los representan. Por ellos se define, por ellos es definido a los ojos del mundo. A través de ellos se siente juzgado de verdad, es decir, juzgado sin poder apelar, y ese juicio del mundo es lo que Jacques acababa de descubrir, y junto con él, su propio juicio sobre la maldad de su propio corazón. No podía saber que tiene menos mérito, al llegar a hombre, no haber conocido esos malos sentimientos. Pues uno es juzgado, bien o mal, por lo que es y no tanto por su familia, ya que incluso sucede que la familia sea juzgada a su vez por el niño cuando llega a hombre. Pero Jacques hubiera necesitado  un corazón de una pureza heroica y excepcional para no sufrir ese descubrimiento que acababa de hacer, así como hubiera necesitado una humildad imposible para no acoger con rabia y vergüenza lo que sobre su carácter le revelaba. No tenía nada de todo eso, sino un orgullo duro y malo que lo ayudó por lo menos en esa circunstancia y le hizo escribir con mano firme la palabra "criada" en el impreso, que llevó con semblante cerrado al pasante que ni siquiera le prestó atención. A pesar de todo, Jacques no deseaba cambiar de estado ni de familia, y su madre tal como era seguía siendo lo que más amaba en el mundo, aunque la amara desesperadamente. Por lo demás, ¿cómo hacer entender que un niño pobre pueda a veces sentir vergüenza sin tener nunca nada que envidiar? .
En otra ocasión, como le preguntaran por su religión, respondió "católica". Le preguntaron si se había inscrito en los cursos de instrucción religiosa, y recordando los temores de su abuela, respondió que no.
-En una palabra -dijo el pasante, burlón pero sin reírse - usted es católico no practicante.
Jacques no podía decir nada de lo que ocurría en su casa, ni explicar de qué manera singular encaraban los suyos la religión. Respondió, pues, firmemente "sí", cosa que provocó risa y le ganó fama de seguro de sí mismo en el momento que se sentía más desorientado.

El primer hombre - Albert Camus

Lo bueno de la vida

Oh sí, era así, la vida de aquel niño había sido así, la vida había sido así en la isla pobre del barrio, unida por la pura necesidad, en medio de una familia inválida e ignorante, con su sangre joven y fragorosa, un apetito de vida devorador, una inteligencia arisca y ávida, y siempre un delirio jubiloso cortado por las bruscas frenadas que le infligía un mundo desconocido, dejándolo desconcertado paro rápidamente repuesto, tratando de comprender, de saber, de asimilar ese mundo que no conocía, y asimilándolo, sí, porque lo abordaba ávidamente, sin tratar de escurrirse en él, con buena voluntad pero sin bajeza y sin perder jamás una certeza tranquila, una seguridad, sí, puesto que era la seguridad de que conseguiría todo lo que quería y que nada, jamás, de este mundo y sólo de este mundo, le sería imposible, preparándose (y preparado también por la desnudez de su infancia) a encontrar un lugar en todas partes, porque no deseaba ningún lugar, sino sólo la alegría, los seres libres, la fuerza  y todo lo que de bueno, de misterioso tiene la vida, y que no se compra ni se comprará jamás.
Preparándose incluso, a fuerza de pobreza, a ser capaz de recibir dinero sin haberlo pedido nunca y sin someterse nunca a él, tal como era Jacques , ahora, a los cuarenta años, reinando sobre tantas cosas y al mismo tiempo seguro de ser menos que el más humilde, y nada, comparado con su madre. Sí, había vivido así entre los juegos del mar, del viento, de la calle, bajo el peso del verano y las lluvias intensas del breve invierno, sin padre, sin tradición transmitida, pero habiendo hallado durante un año, justo en el momento preciso, un padre, y avanzando a través de los seres y las cosas, en el conocimiento que iba adquiriendo para fabricar algo que se parecía a una conducta (suficiente en ese momento, dadas las circunstancias que se le presentaban, insuficiente más tarde frente al cáncer del mundo) y para crearse su propia tradición.

El primer hombre - Albert Camus

sábado, 9 de octubre de 2010

Imagino

¿Viajar? Para viajar basta existir. Voy, de día en día, como de estación en estación,en el tren de mi cuerpo, o de mi destino, asomado a las calles  y plazas, sobre los gestos y rostros, siempre iguales y siempre diferentes, como son, a fin de cuentas, todos los pasajeros.
Si imagino, veo. ¿qué más hago yo si viajo? Sólo la debilidad extrema de la imaginación justifica que se tenga uno que desplazar para sentir.
“Cualquier camino, este mismo camino de Entepfuhl, te llevará hasta el fin del mundo". Pero el fin del mundo , desde que el mundo se consumó dándole la vuelta, es el mismo Entepfuhl, de donde se partió. En realidad, el fin del mundo, como el principio, es nuestro concepto del mundo. Es en nosotros donde los paisajes tienen paisajes. Por eso, si los imagino, los creo; si los creo; son; si son, los veo como a los otros. ¿Para qué viajar? En Madrid, en Berlín, en Persia, en China, en ambos polos ¿dónde estaría yo sino en mí mismo, y en el tipo y género de mis sensaciones? . La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

El libro del desasosiego – Fernando Pessoa