sábado, 30 de octubre de 2010

Más que trabajar

No es posible ser feliz si no se satisfacen los propósitos vitales que conforman el proyecto original de cada existencia: esa verdad profunda que denominamos vocación, que se percibe con un sabor propio en la conciencia y da sentido a los diversos actos de la vida. Es por lo mismo esencial a la felicidad del hombre el poder ordenar su quehacer cotidiano en torno a una actividad laboral que satisfaga y realice su genuina creatividad; una profesión o un oficio con los que se sienta identificado. El trabajo, en cambio,  ajeno a los intereses reales del individuo se convierte en una imposición esclavizadora y en un esfuerzo estéril y decepcionante. Como el mito de Sísifo: un acto sin sentido y, en el fondo una traición a sí mismo. Sísifo, en la obra de Camus, es el héroe absurdo, tanto por sus pasiones como por sus tormentos. Condenado por los dioses a rodar sin cesar una roca hasta la cima de la montaña, desde donde la piedra volverá a caer por su propio peso, Sísifo padece "el terrible castigo del trabajo inútil y sin esperanzas"
Es obvio que el hombre sólo puede ser feliz cuando su vida se ordena en torno a un quehacer que lo llena, las ocupaciones felicitarias de Ortega, que se ejecutan por propia voluntad porque producen placer. Señala Julián Marías que hasta la propia diversión, como dilatación de la vida hacia lo irreal e imaginario, no tendría sentido sin el esfuerzo cotidiano.
Por otra parte, la búsqueda de la felicidad de una persona no es siempre la misma en las diferentes etapas de su vida. Podría decirse que su logro, como todo lo vivo, está sometido a innumerables cambios y transformaciones; crece y se desarrolla en el transcurso de los años, haciéndose cada vez más sutil y refinado con la maduración progresiva de la individualidad. Así en la infancia y primera juventud, parecería depender casi exclusivamente de lo que nos acontece. Pero en la edad adulta se va alcanzando una paulatina independencia del mundo exterior. La plenitud humana, en todos los planes de la manifestación, se caracteriza por la libertad y por la autonomía y en el proceso madurativo de la conciencia, el polo de la felicidad se desplaza progresivamente de lo exterior a lo interior: del éxito a la realización de la vida y de la aprobación ajena a la propia estimación.
El miedo siempre surge ante el riesgo de perder lo que atesoramos, pero que de algún modo no nos pertenece.


El temor y la felicidad - Sergio Peña y Lillo

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