martes, 26 de octubre de 2010

El ritmo de la tierra



Rica y oscura, caía ligeramente de la extremidad de los azadones. A veces, apartaban de ella un trozo de ladrillo, una astilla de madera. Nada. En algún tiempo en alguna época remota cuerpos de hombres y mujeres habrían sido enterrados aquí, y aquí se habrían levantado casas que habían caído y, vuelto a la tierra. Así volverían a ella sus propios cuerpos y su propia casa. Cada cual su turno. Y trabajaban juntos moviéndose juntos, arrancando juntos el fruto de esta tierra, en el silencioso compás de su ritmo unísono.
Al ponerse el sol, Wang Lung se enderezó despacio, y miró a la mujer. Tenía ésta  la cara húmeda y estriada de la tierra. Y estaba tan morena como los mismos terrones. El oscuro vestido se le pegaba al cuerpo sudoroso. Alisó despacio el último surco, y luego simple y súbitamente, con voz que sonó más opaca que nunca en el silencio del anochecer, dijo:
-Estoy preñada.
Wang Lung se quedó muy quieto. ¿Qué podría replicar a esto? Se bajó a coger un pedazo de ladrillo roto y lo echó fuera del surco. La mujer había dicho aquello como si dijera “Te he traído té” o como si dijera “Vamos a comer” Parecía que fuese para ella una cosa corriente. Pero ¡para él! En no podía expresar lo que sentía, su corazón se hinchaba y se detenía como si hubiera encontrado súbitas limitaciones. Bien, ¡era el turno de ellos en esta tierra!
De pronto le quitó la azada a la mujer y le dijo:
-Basta por hoy. Ya se ha terminado el día. Vamos a darle la noticia al viejo.
Y echaron a andar hacia la casa, ella, como corresponde a una mujer, media docena de pasos detrás del marido.

La buena tierra - Pearl S.Buck

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