domingo, 10 de octubre de 2010

La fuerza del vulnerable

En los impresos que les entregaban, no sabía qué poner bajo  el rubro "profesión de los padres". Primero escribió "ama de casa" , mientras Pierre escribía "empleada de Correos". Pero Pierre le aclaró que ama de casa no era una profesión, sino que designaba a una mujer que se quedaba en la casa y se ocupaba de tareas domésticas.
-No- dijo Jacques,- se ocupa de las casas de los otros y sobre todo de la del mercado de enfrente.
-Bueno- dijo Pierre vacilando, - creo que hay que poner "criada"
A Jacques nunca se le había ocurrido esa idea por la simple razón de que esa palabra, demasiado rara, nunca se pronunciaba en su casa -debido también a que ninguno de ellos tenía la impresión de que trabajaba para los otros: trabajaba ante todo para sus hijos -. Jacques empezó a escribir la palabra, se detuvo y de golpe conoció la verguenza y la vergüenza de haber sentido vergüenza.
Un niño no es nada por sí mismo, son sus padres quienes los representan. Por ellos se define, por ellos es definido a los ojos del mundo. A través de ellos se siente juzgado de verdad, es decir, juzgado sin poder apelar, y ese juicio del mundo es lo que Jacques acababa de descubrir, y junto con él, su propio juicio sobre la maldad de su propio corazón. No podía saber que tiene menos mérito, al llegar a hombre, no haber conocido esos malos sentimientos. Pues uno es juzgado, bien o mal, por lo que es y no tanto por su familia, ya que incluso sucede que la familia sea juzgada a su vez por el niño cuando llega a hombre. Pero Jacques hubiera necesitado  un corazón de una pureza heroica y excepcional para no sufrir ese descubrimiento que acababa de hacer, así como hubiera necesitado una humildad imposible para no acoger con rabia y vergüenza lo que sobre su carácter le revelaba. No tenía nada de todo eso, sino un orgullo duro y malo que lo ayudó por lo menos en esa circunstancia y le hizo escribir con mano firme la palabra "criada" en el impreso, que llevó con semblante cerrado al pasante que ni siquiera le prestó atención. A pesar de todo, Jacques no deseaba cambiar de estado ni de familia, y su madre tal como era seguía siendo lo que más amaba en el mundo, aunque la amara desesperadamente. Por lo demás, ¿cómo hacer entender que un niño pobre pueda a veces sentir vergüenza sin tener nunca nada que envidiar? .
En otra ocasión, como le preguntaran por su religión, respondió "católica". Le preguntaron si se había inscrito en los cursos de instrucción religiosa, y recordando los temores de su abuela, respondió que no.
-En una palabra -dijo el pasante, burlón pero sin reírse - usted es católico no practicante.
Jacques no podía decir nada de lo que ocurría en su casa, ni explicar de qué manera singular encaraban los suyos la religión. Respondió, pues, firmemente "sí", cosa que provocó risa y le ganó fama de seguro de sí mismo en el momento que se sentía más desorientado.

El primer hombre - Albert Camus

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